jueves, 19 de junio de 2008

Edad de siempre

Saltar. Levitar. Llegar a la pared. Agarrar con fuerza los ladrillos. Con zancadas, llegar a la ventana. Asomar la cabeza y ver, vislumbrar, sorprenderla. Compartir el último helado de limón que sacas de tu bolsillo que ya no pesa (porque ya no hay peso que cargar). Y sudando, temblando y con la sonrisa imberbe e inocente, pedir, de manera inconsciente y sin abrir la boca, una pupila milimétrica.

Esta noche estoy que me salgo. Me salgo de casilla. Me salgo por la derecha de mí. Por la izquierda, por arriba y por abajo. Me salgo y me vacío para llenarme de mí de nuevo y desde dentro, de todo y de todos. Es como si quisiera besarme desde las entrañas con los labios del mundo.

Ya ni me conozco, porque su acento me engaña, me esquiva, y las letras (29 símbolos malditos) con sus palabras (¿?) se apelmazan para decidir, solemnes, no salir. Si acaso, salir de afuera.

Y un reflejo cristalino engulle esas palabras (con sus letras, tan mías como tuyas, para después de saborearlas, vomitarlas.

Matarlas, sangrándolas, una a una, dolorosamente.)

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