miércoles, 30 de abril de 2008

Henry David Thoreau

Una de las cosas que más me sorprendieron de la vida de este escritor, filósofo y naturalista, fue que renunció a pagar impuestos a su país, USA, porque dichos impuestos financiaban la guerra contra México. A raíz de este percance, escribió su obra La desobediencia civil, pero no sé hasta qué punto la desobedeció, ya que le condenaron a unos días de prisión por su negación a pagar impuestos (algo parecido, pero salvando las distancias, a lo que le ha pasado al tito Wesley Snipes), aunque supongo que lo "permitió y/o aceptó" por su condición de ciudadano y el rol que ello exige, todo ese rollo del deber ser y la sociedad y tal y pascual.

Thoreau merece la atención de mi artículo y su total protagonismo no sólo por ese dato biográfico que tanto me asombra y divierte (en el sentido más didáctico posible), sino también por una de sus obras más poéticas y brillantes, vinculada a la naturaleza, campo en el que fue un erudito y un verdadero apasionado.

La obra se llama Colores de Otoño, y como bien diría un amigo mío, este libro se podría resumir en una única frase; "un cuadro impresionista plasmado en letras".

Es un libro mágico, un libro en el que el autor nos narra y nos muestra un otoño (estadounidense) al que apenas somos conscientes, un otoño extraño y melancólico, un otoño inaudito...

Y es que... Seamos sinceros, sensatos y elocuentes... Los estadounidenses tendrán un país muy joven con apenas una historia moderna (de algo más de quinientos años) a sus espaldas, pero supieron adoptar su personalidad y su carisma en los paisajes, tan ricos y tan diversos a lo largo y ancho de todo el continente americano, ese maravilloso entorno que les rodea y al que ligan dicha historia moderna y su personalidad.

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